El sábado 25 de Junio a las 15 hs en la catedral Metropolitana de nuestra ciudad se llevara a cabo la Celebración de Corpus Chisti.
Por tal motivo las ramas menores (lobatos y scout) No tendrán actividades, ya que los Dirigentes junto a los Raiders y Rover prestaran servicio en la Celebración.
En esta fecha tan especial para la iglesia, queremos compartir con ustedes el mensaje de Mons. José María Arancedo, Arzobispo de Santa Fe de la Vera Cruz para prepararnos de corazón para recibir a Cristo hecho Pan y Vino.
EUCARISTÍA,
CAMINO Y VIDA DE LA FAMILIA
Este domingo nos convoca la celebración del Corpus Christi. No nos convoca una idea, nos convoca la presencia viva de Jesucristo como Pan de Vida, centro de nuestra comunión y fuerza misionera de la Iglesia. La Eucaristía es pan que nos alimenta en nuestro camino y vínculo de comunión eclesial. Es presencia que nos fortalece y es anticipo que nos hace gustar la plenitud de nuestra esperanza. En la Eucaristía nuestro tiempo es tiempo de Dios.
Ella no nos saca del mundo, nos consagra en la verdad (cfr. Jn. 17, 15) y mantiene viva nuestra vocación en el mundo.
Qué triste cuando la celebración de la Eucaristía dominical se privatiza en un acto de piedad individual, y no nos hace partícipes en la vida y misión de la Iglesia. No venimos a Misa sólo a cumplir con un precepto, venimos a participar y testimoniar nuestra condición de miembros de Cristo en la vida de la Iglesia. No es coherente la imagen de una vida de fe que se alimenta de la Eucaristía, y la realidad de comunidades apostólicamente débiles. Desde la participación de la Eucaristía deberíamos revisar el nivel de nuestra presencia en la vida de nuestras comunidades. Qué esta celebración, Señor, al tiempo que fortalece nuestra alabanza a Dios, renueve nuestro compromiso con un Evangelio asumido y vivido.
La vivencia eucarística que da sentido a la vida cristiana, adquiere una fuerza particular cuando hablamos de la Familia. Eucaristía y Familia, aunque las podamos distinguir, pertenecen al proyecto de Dios. Así como la Eucaristía tiene su fuente en el amor del Padre que: “tanto amó al mundo, que le entregó a su Hijo único” (Jn. 3, 16); así también la Familia pertenece a ese mismo designio creador y redentor de Dios. Hay una unidad en el plan de Dios que nos permite comprender la dinámica salvífica de su proyecto. Todo ha sido creado por Cristo y todo ha sido redimido por Él. A ese “todo” creador pertenece la Familia. Por ello, es necesario contemplarla desde esa mirada única y providencial de Dios, que se ha hecho Evangelio de Vida en Jesucristo.
Esto significa no sólo que la fuente de la Familia está en el proyecto de Dios sino que la Eucaristía es, en ese mismo plan y para ella, presencia viva de Jesucristo. Así, la Eucaristía, sostiene su verdad y realización en el tiempo. La Eucaristía no es un lujo, es una necesidad. Este contemplar a la Familia desde Dios que ama y no abandona a sus hijos, debe llevar a los esposos a descubrir la Eucaristía como un don para ellos. Cuánta riqueza se percibe en la catequesis familiar cuando los padres descubren en ella, esa presencia viva del Señor que cada domingo se renueva para alabanza de Dios y nuestro alimento en la Santa Misa. La Eucaristía los hace testigos de Vida Nueva para sus hijos.
La Familia es “Santuario de la vida”, pero no la dueña de la vida. En el misterio de la vida naciente los esposos participan del amor creador de Dios. Este nuevo ser está llamado a un encuentro personal con Jesucristo y tiene, desde su concepción, un destino trascendente. El contemplar la vida humana desde su origen y destino, nos hace comprender tanto su verdad como nuestra responsabilidad. Cada ser concebido es un ser único para quien ha sido enviado Jesucristo. Vivimos, lamentablemente, una cultura que va vaciando de sentido la relación y el compromiso de los esposos, en su misión insustituible de trasmitir y cuidar la vida. Ellos son el ámbito providencial para acompañar la vida. Debilitar la Familia es empobrecer el crecimiento integral de nuestros niños y comprometer el futuro de la sociedad. Su defensa y promoción es un acto de valoración y respeto por los esposos, de justicia con la vida y de responsabilidad política en la construcción de la sociedad.
En este contexto de gratitud a Dios por el don de la Eucaristía no puedo dejar de referirme, y de lamentarme, por el tema del aborto y la ofensa a la vida. Con cuánta ligereza se trata la vida del ser concebido, como su ulterior desarrollo. Cuando se pierde respeto por la vida naciente, se debilita la conciencia de gravedad moral y la capacidad de respuesta frente a otros ataques que esa misma vida sufre. El tema del aborto compromete el nivel de una cultura. No se trata de un tema privado ajeno a las leyes de la sociedad. Por el contrario, la vida es un hecho público que exige la tutela jurídica por parte del Estado. La coherencia de la fe no admite dudas, donde hay vida existe un nuevo ser que reclama su primer derecho. Ante posibles dificultades habrá que buscar respuestas, pero nunca el aborto será una respuesta justa y humana.
Pienso, también, en el desarrollo de esta vida en la que muchos chicos no llegan a participar de los bienes de la sociedad. Entre estos males vemos la pobreza, que en mundo urbano y globalizado, es antesala de marginalidad con sus tristes consecuencias. No podemos negar los esfuerzos que se hacen y valorarlos, pero estamos ante un acto de equidad que compromete a la sociedad. Pienso, además, en el tema de la droga que avanza y destruye la vida, ante un silencio cómplice y la impotencia de la autoridad. En la violencia y la inseguridad que son expresiones de una sociedad que no ha prestado atención a la cultura del trabajo y al mundo de los valores, descuidando los ámbitos donde ellos se viven y trasmiten, especialmente la familia y la escuela. En el crecimiento desmedido del juego que es ganancia de pocos, con pequeñas dádivas que tranquilizan la conciencia pública. Parecería que pretendemos construir un futuro sin referencias o contenidos que lo orienten, entreteniéndonos en un presente sin horizontes, creando, así, un estado de vacío y orfandad cultural que compromete el crecimiento, especialmente, de quienes menos recursos y defensa tienen.
Queridos hermanos, hemos venido a testimoniar nuestra fe en la presencia real de Jesucristo. El ha querido quedarse con nosotros como Pan de Vida que sostiene nuestro caminar. Nos hemos detenido a considerar desde la Eucaristía, y en el marco del plan de Dios, el don de la Vida y la verdad de la Familia. Al caer la tarde queremos decirte, Señor, como los discípulos de Emaús: “Quédate con nosotros, porque te necesitamos” (cfr. Lc. 24, 28); pero también decirte que queremos ser parte de una Iglesia viva y comprometida que sea para el hombre de hoy: “un recinto de verdad y de amor, de libertad, de justicia y de paz, para que todos encuentren en ella un motivo para seguir esperando” (P. E. Vb). La Iglesia espera de nuestra generosa participación. Sabemos que nos has dicho: “No tengan miedo, yo estaré siempre con ustedes” (Mt. 28, 20). Esta certeza que se apoya en tu Palabra, es la que renueva hoy nuestra esperanza. Que María Santísima, Nuestra Madre de Guadalupe, nos acompañe y nos enseñe a ser dóciles al camino de su Hijo, Nuestro Señor Jesucristo. Amén.
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